En estos días en los que se acabó el atemperado mes de julio del que disfrutábamos y el aplastante calor nos impide llevar algo parecido a una vida normal -me refiero a todos aquellos que todavía tenemos que trabajar-, me gustaría escribir algunas observaciones sobre el medioambiente de trabajo, del ruido, la iluminación y, sobre todo, del entorno térmico. No se inquieten, no voy a ser pesado ni a hacer un mini-relato de higiene industrial.
Durante muchos años -y todavía hoy no doy por perdida la batalla- no dejo de sorprenderme y de combatir la idea por la que no pocos prevencionistas dicen que la ergonomía es una herramienta puesta a disposición de la empresa para dar confort cuando ya se han alcanzado metas como la seguridad y la productividad. Me resulta insoportable porque va en contra de los principios mismos de esta disciplina: no es posible dar confort sin establecer criterios coherentes de eficacia y fiabilidad, o dicho de otro modo, la ergonomía no es el último peldaño de la prevención, sino el primero de la salud, la productividad.
Y el mejor ejemplo de esto son las condiciones medioambientales de los entornos de trabajo. Recuerdo hace años la sorpresa de un grupo de ingenieros a los que daba un pequeño seminario sobre el "error humano" cuando le mostré el "prospecto" o el "manual de uso" de los operadores humanos: recuerdo que bromeaba sobre la increible pérdida de fiabilidad que tienen los operadores humanos en entornos con fuerte estrés térmico, cómo el número de errores aumenta bruscamente cuando el entorno acústico se vuelve agresivo, en definitiva, cómo una malas condiciones físicas de trabajo son el trampolín de la pérdida de eficicacia y fiabilidad.
Lo que resulta sorprente es que nadie habla de dar bienestar a las máquinas, simplemente se habla de darles las condiciones de recuperación, mantenimiento y, sobre todo, el entorno térmico adecuado para evitar fallos, disfuncionamientos o averias sin remedio ¿es tan difícil convencer de esto? Todavía me resultan providenciales las palabras de Robert Owen en 1816: ""Si el cuidado a sus máquinas inanimadas puede producir tan beneficiosos resultados ¿qué no se puede esperar si ustedes dedican una atención igual a sus máquinas vivientes, que están mucho más maravillosamente construidas?" (R. Owen, "A los directores de fábricas" en Castillo y Villena, -eds.- Ergonomía, conceptos y métodos, Editorial Complutense, 7-10).
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